Aquellos nobles hombres de negro

2 marzo 2017

Quiero recordar, a pesar de mi corta edad entonces, que aquel acontecimiento se repitió en más de una ocasión. Era una calurosa tarde del mes de julio, si bien las gruesas paredes de mi casa del Carril contribuían a que los rigores del verano villenense no fuesen tan duros. Todavía dormitando tras la siesta partí del cuarto que compartía con mi hermana, hube de atravesar la habitación de mis padres y el comedor, sorteando los muebles; pues al no disponer de pasillo interior, forzosamente teníamos que pasar por ambas dependencias, para alcanzar la salita de estar. Esquivando aquellos muebles, que no muchos años antes habían salido de las manos del artesano amigo de la casa, "Paco el Chocolatero".Tras la puerta cerrada, comentarios y contenidas risas, cada vez más perceptibles, se mezclaban con la inconfundible voz de Matías Prats, padre. Una vez franqueada la misma, todo ante mí se me presentó negro. Un mar de sotanas cubría las sillas y los dos sillones de escay cuyo color verde intenso no pude más que imaginar.

Mis padres, no con poco esfuerzo, habían tenido a bien comprar una de las pocas televisiones de la calle Sancho Medina, me atrevería a decir que del barrio. La primera según me contaron, fue la de nuestros vecinos María y Vicente, los hermanos "barraquetas"; cuyo porche, dotado como el nuestro de las famosas losas de Simón, acogía muchas noches a los vecinos sentados para la ocasión en sillas de “mil leches”.

Siguiendo con mi relato, de repente me vi envuelto en un mar de embotonadas sotanas que albergaban los cuerpos de aquellos ilustres Salesianos .Tras el primer “flash” de color azabache percibido por mis curiosos ojos, le siguió el agradable aroma del café, previamente servido por mi madre; y el casi para un niño narcotizante vapor que emanaba de algunas copas de coñac. Copas que ofrecidas por mi padre a los invitados, quien ejercía de Director parecía ignorar, dadas las estrictas normas que en lo relativo a tabaco y alcohol que no fuese vino regían en las Órdenes religiosas.

Oído, vista, olfato y seguidamente el tacto de un mar de manos y brazos que comenzaron a pasarme de unos a otros y de otros a unos; con la misma habilidad con la que los Salesianos ocultaban el balón bajo sus remendadas sotanas; las cuales constituían la equipación con la que jugaban al fútbol con sus alumnos.

Discurría la primera mitad de la década de los sesenta. Los salesianos no disponían de televisión en el Colegio, por lo que invitados por mis padres disfrutaban en casa aquella tarde de julio de una corrida televisada de la Feria de San Fermín. Aún a riesgo de que me falle la memoria, quiero recordar que por ese mismo motivo, tuvimos el honor de contar con la compañía de: don José María Baquero; don Manuel Díaz; don Ángel del Barrio; don Luis Ángel Suberviola; don Luis Solá; el coadjutor don Lisardo Herrero… No andaría muy lejos aquel día mi abuelo Mateo, quien con mi abuela Josefa y mi tía Paqui habitaban también aquella enorme casa de su propiedad.

Salesianos navarros, vascos, gallegos, alcoyanos, aragoneses, catalanes, valencianos, castellanos viejos y nuevos, también cómo no villenenses, han contribuido con su entregada vida a una Villena mejor, durante los casi cien años transcurridos desde su llegada que este año celebramos.

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