A propósito del drag queen

3 marzo 2017

Desde el noche del pasado lunes 27 de febrero, Las Palmas de Gran Canaria y su «Carnaval de la Eterna Primavera» vienen acaparando portadas y titulares en los medios locales y nacionales. Todo debido a la actuación de un joven llamado Borja Casillas, bajo el nombre artístico de Drag Sethlas, y su fantasía «¡Mi cielo! Yo no hago milagros, que sea lo que Dios quiera». Creo innecesario describir los pormenores del número, que se ha podido ver hasta la saciedad por televisión, en la web y en las redes sociales.

No pude ver la gala en directo la misma noche del lunes. Me consta de amigos y conocidos que, conforme vieron la actuación, cambiaron de canal o apagaron la tele. Yo la vi por internet a la mañana siguiente, martes de Carnaval. Casi sobre la marcha escribí estas palabras en mi perfil de Facebook:

Ante esto, qué hacer:
– pensar y reflexionar con frialdad, con la cabeza y no con las vísceras;
– utilizar los instrumentos que ofrece el Estado de Derecho, pues la libertad de expresión no es un valor absoluto: convive y limita con otros muchos derechos; y
– como creyentes, perdonar a quienes insultan y se mofan de las convicciones y creencias más profundas de este pueblo, e intentar actuar con la misma misericordia con que Dios -que hoy está bien triste- actuaría.

Durante las cuarenta y ocho horas siguientes, los medios de comunicación en general y las redes sociales en particular han sido un auténtico hervidero de opiniones, en todos los sentidos, desde las más ponderadas hasta las más exaltadas. Me limitaré solo a apuntar algunos aspectos de la cuestión.

SALIDAS POR LA TANGENTE

Las ha habido para todos los gustos. Por una parte, las de aquellos que, desde un punto de vista moderadamente crítico con la actuación del drag queen, se han posicionado en un cómodo «No es para tanto» y «Hay otras cosas más importantes para los cristianos». Así, en el debate se han mezclado argumentos relativos a las injusticias sociales, a los inmigrantes y a los refugiados, al hambre y la pobreza en el mundo… incluso entre algún educador en la fe de alguna de nuestras casas. Anoche, en una tertulia emitida por Televisión Canaria, un sacerdote diocesano apuntaba contra este discurso, si no con literales, al menos con semejantes palabras: «Los cristianos, el obispo y el Papa nos preocupamos a diario de los pobres. La actuación de la Gala Drag no tiene nada que ver con estos asuntos».

Este tipo de respuestas no son más que una salida por la tangente, rehuyendo abordar el quid de la cuestión o, al menos, pasar de puntillas. No creo que sean adecuadas sobre todo para nuestros alumnos mayores y los chicos de los grupos de fe que, posiblemente, exijan una respuesta y un posicionamiento más nítido por parte de aquellos que para tantas cosas son sus referentes y les deben orientar. En el polo opuesto, tampoco creo que sería adecuado entrar al trapo en el asunto, como toro que sale cegado de chiqueros o como elefante por cacharrería…

ERROR COMUNICATIVO

¡De manual!

A las pocas horas de la celebración de la Gala Drag, don Francisco Cases, obispo de Canarias, hizo público un comunicado. Esta diócesis es pequeñita, somos pocos sacerdotes y existe un trato fluido y relativamente frecuente con el pastor; y no me quiero equivocar al afirmar que don Francisco no es de esos obispos que busque estar en el candelero habitualmente ni provocar polémica («que haberlos, haylos»).

Sin embargo, la nota que escribió en la mañana del martes bien podría servir de ejemplo de la inadecuada gestión comunicativa de una situación de crisis. Creo que le pudo más el corazón que la razón. Sobre todo en el primer párrafo donde –tan cacareadamente por los medios– compara los sentimientos que le ha provocado la actuación del drag queen y la reacción del público, con los que experimentó a raíz del accidente del avión de Spanair, en Barajas, hace nueve años.

El resto de la carta es precioso: habla de la profunda devoción del pueblo canario y de sus manifestaciones públicas de fe, pide perdón a Dios por los errores cometidos, empezando por sí mismo y por la falta de testimonio de la comunidad creyente… No obstante, me atrevo a decir que el arranque casi invalida estos argumentos. De hecho así ha sido percibido por la opinión pública, que se ha cebado en la «desafortunada comparación». Y tanto es así que, a escasas treinta y seis horas, el propio obispo ha vuelto a escribir de nuevo, esta vez a las familias de la Asociación de Afectados del Vuelo JK5022, reconociendo su error y pidiendo disculpas.

Si titulaba el epígrafe anterior como «Salidas por la tangente», bien podría llevar este el título de «Como agua de mayo». Bien sabemos que la opinión pública y los profesionales de la prensa suelen estar esperando como agua de mayo las palabras de los máximos responsables de la jerarquía católica, y no siempre con rectas intenciones. Las palabras de monseñor Cases han sido la excusa perfecta para que tantos desvíen la atención del verdadero foco del asunto. Así la provocación de Drag Sethlas ha dado pie a quienes bien poco nos quieren para sacar a relucir los «trapos sucios» de la Iglesia: desde los abusos a menores hasta el supuesto rechazo que sufren los homosexuales y el colectivo LGTB, pasando por el clásico de las riquezas del Vaticano, o la reciente confusión querida con el bus homófobo de Hazte Oír.

En conclusión: nuestras instituciones –sean las diócesis o las congregaciones religiosas– requieren cada vez mas de gabinetes y de profesionales de la comunicación que sepan gestionar situaciones delicadas o de crisis, y ayuden a orientar la forma y el contenido, así como la oportunidad, de los mensajes oficiales que emitimos. La profesionalidad y la gestión de la comunicación ad mundanum modum son la única forma que tenemos que evitar situaciones como la protagonizada sin querer estos días por el obispo de la diócesis grancanaria.

RELATIVISMO MORAL

Obviamente, siempre como salesiano y ahora como coordinador de Pastoral Juvenil, durante estos días me he preguntado más de una vez por la reacción de nuestros «pibes». Y he sentido verdadera tristeza.

Demasiados de los muchachos que se han pronunciado a través de las redes o en el vis a vis, se han posicionado con una laxitud, una despreocupación y una indiferencia que a mí, en cambio, no me han dejado indiferente. La mayor parte son católicos, más o menos practicantes, más o menos alejados, como bien sabemos que convive con la fe la mayor parte de los adolescentes. Y me he preguntado: ¿por qué no les duele un insulto tan gratuito y fácil –uno más– a Jesucristo y a la Virgen?, ¿qué estamos haciendo mal en las familias y en los centros educativos para que nuestros chicos no perciban la gravedad de la actuación del drag queen?, ¿de dónde nace un relativismo tan fuerte que les impulse a defender que en carnaval todo vale?, ¿hasta dónde tenemos que ayudarles para conformar una recta conciencia moral?… Reconozco que no tengo respuestas.

– – –

Concluyo. Solo he querido abordar algunos de los flecos de este asunto, los que a mí entender nos atañen más directamente como cristianos y como educadores. No hablaré, pues, sobre el artículo 525 del Código Penal, ni sobre los límites de la libertad de expresión, ni sobre la facilidad de insultar en este país a los cristianos, a diferencia de otras religiones… De todo esto se ha escrito y se ha hablado mucho en estos días. Y se sigue hablando ahora mismo: mientras escribo tengo la radio encendida. El debate queda abierto.
 

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