EPN | CICLO A – V DOMINGO DE RAMOS

27 marzo 2023

Evangelio Mt 26,14-27,66

Era día de fiesta. El pueblo de Dios recordaba cómo los había rescatado de Egipto hacía mucho tiempo. Jesús se reunió para cenar con sus amigos.

Antes de sentarse a la mesa, Jesús cogió una palangana llena de agua  y una toalla. Se arrodilló y comenzó a lavarles los pies, sucios después de haber caminado durante todo el día.

Pedro:  (Con tono avergonzado) — Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? —le dijo Pedro— Jamás permitiré que me laves los pies.

Jesús: — Pedro, deja que te lave. Yo os quiero muchísimo y hago todo por vosotros. Quiero que vosotros hagáis lo mismo, que os cuidéis los unos a los otros del mismo modo que yo cuido de vosotros.

Era la hora de la cena. Jesús y sus amigos se sentaron a la mesa.

Jesús cogió un trozo de pan, dio gracias por él y lo partió en trozos para compartirlo con todos.

Jesús: — Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros.

Cogió también una copa de vino, dio gracias a Dios por ella y se la pasó a los discípulos.

Jesús: — Esta es mi sangre, mi vida, que será derramada para salvaros. Cuando ya no esté con vosotros, haced esto para recordarme.

Se había hecho de noche. Judas, el amigo traidor, había salido para buscar a los enemigos de Jesús y llevarlos hasta él. Jesús les dijo:

Jesús: — Antes de que termine la noche, todos vosotros me abandonaréis.

Pedro: (Con tono extrañado) — ¡Yo no! —protestó Pedro— nunca te dejaré.

Jesús: — Sí, tú también lo harás.

Los amigos de Jesús estaban muy tristes porque no querían que muriese. El les

explicaba:

Jesús: — Voy a ir con mi Padre Dios, pero volveré. Todos vosotros confiáis en Dios, ahora confiad en mí. Siempre os querré. Si vosotros realmente me queréis, os amaréis unos a otros.

Después, salieron hacia el monte de los Olivos. Jesús un poco apartado y mientras sus amigos se quedaban dormidos, comenzó a hablar con Dios.

Jesús: (Con tono angustiado) — Padre, tú me quieres y puedes hacerlo todo. Por favor, sálvame de esta terrible muerte, a no ser que tenga que suceder, así que no sea como yo quiero, sino como tú quieras.

De repente, unas antorchas brillaron entre los árboles. Se acercaba gente. Eran soldados. Judas los guiaba.

Judas: — ¡Hola, Maestro! —dijo Judas mientras se acercaba a Jesús.

Jesús: — ¿A quién buscáis?

Soldados: — A Jesús de Nazaret.

Jesús: Yo soy

Pedro, aunque tenía miedo, les siguió y esperó fuera del lugar al que habían llevado a Jesús. Una mujer le preguntó:

Mujer: — ¿No eres tú uno de sus amigos?

Pedro: (Con miedo) — Yo no.

Las mujeres insistían, pero Pedro decía que no conocía a Jesús porque tenía muchísimo miedo de que lo apresaran a él también.

Después, Pedro lo sintió mucho y estaba tan triste por haber abandonado a Jesús que cuando Jesús le miró se puso a llorar.

Poncio Pilato, amigo del emperador romano, era el que mandaba en la ciudad.

Poncio Pilato: (Inseguro) — No veo que Jesús haya hecho nada malo.

Gente: (Gritando) — Síiiiiiiii, dice mentiras acerca de Dios, ¡¡¡crucifícalo, crucifícalo!!!

Gritaban los que no querían a Jesús. No creían que Jesús era el Rey prometido por Dios.

Poncio Pilato tenía miedo de la gente.

Poncio Pilato: — Haré lo que me pedís, pero no me echéis la culpa de nada.

Y lo entregó a los soldados.

Lo llevaron cargando con su cruz al monte Calvario y lo clavaron en la cruz en medio de otros dos prisioneros. Uno a cada lado de Jesús. Su madre, María y su amigo Juan estaban a sus pies, rezando.

Jesús no odiaba a los soldados que lo habían clavado en la cruz, a pesar de todo el mal que le estaban haciendo.

Jesús: — Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Al final, Jesús, dando un fuerte gritó, inclinó la cabeza y murió.

Ese día fue el día más triste.

Dos amigos descolgaron a Jesús de la cruz y  llevaron el cuerpo a la sepultura, que era una especie de cueva con una piedra grande y pesada que cerraba la entrada.

Envolvieron el cuerpo de Jesús  y lo dejaron allí. Las mujeres muy tristes, se fueron, pero volverían.

Con ramos y palmas en nuestras manos aclamamos a Jesús, diciendo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, y le acogemos con la intención de compartir con él toda la Semana Santa. No debemos olvidar todo lo que Jesús hizo por nosotros y acompañarle en este camino.

Señor Jesús,

con este ramo bendito quiero acompañarte,

estar cerca de ti para esperar tu resurrección.

Dame la fuerza para estar siempre a tu lado.

Vamos a jugar

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