El glamour de la protesta

24 febrero 2017

Confieso que vi con atención la Gala de los Goya. Mi amor al cine y mi seguimiento de los estrenos cinematográficos me animó a ello. Las películas acreedoras de premios eran, en esta ocasión, obras que me han gustado mucho y que considero rebosan buen cine.

Claro que, junto a la cinematografía, la ceremonia se convierte en un ir y venir de bellezas vestidas de gala que intentan llenar de ocurrencias un espectáculo al que –desde mi punto de vista- le sobran dos horas. 

En la gala hay uno poco de cine y mucho de parafernalia vacua, carente de sentido y arropada por un peculiar sentido del humor al que el público se ve obligado a corresponder. No le faltan a la ceremonia, aprovechando la presencia de ministros y diputados, peroratas políticas y sociales que piden mejoras sociales y ponen voz a deseos legítimos.

Así, ya es un clásico que haya que usar el micro para hacer reivindicaciones y soflamas protestando por la más diversas causas, aunque a veces tales discursos sean soporíferos (qué vergüenza, ¿recuerdan?, cuando en la gala del 2003 Alberto Sanjuán y Willy Toledo enarbolaron el “No a la guerra” para hacer una ceremonia en la que el cine se convirtió en una excusa para la mala educación y el posturismo político). 

Estas cosas afortunadamente van decayendo y cada vez se lleva menos hablar de estos temas. Son, en todo caso, las películas, las que deben hablar, denunciar, divertir, preguntar o hasta molestar.

Toda esta liturgia, además, tiene en la ceremonia una contradicción morrocotuda. Mucha de esta protesta y reivindicación de una Arcadia Feliz y Justa la hacen personas envueltas en trajes, joyas y vestidos suntuosos que están sólo al alcance de los ricos muy ricos y que con frecuencia constituyen un insulto a los humildes hombres y mujeres a los que esos elegantes personajes dicen defender.

Así, hablar del paro luciendo un vestido de Alberta Ferreti o de Stephane Rolland, reivindicar la supresión del IVA cultural con un Gucci, un Dsquared o un García Madrid, es –más que  una contradicción- una falta de coherencia extraordinaria. 
 
Y es que no hay nada que en esa gala pueda ofender más la dignidad de los pobres y los parados que ese paso hipócrita por la alfombra roja, luciendo posturitas, haciendo alarde de un cuerpo Danone y de una cintura perfecta, ataviados con trajes lujosos y joyas carísimas. Los gritos de los periodistas, los morritos de las actrices y las poses de los actores ante los flases no son excesivamente compatibles con acciones reivindicativas. 

La alfombra se convierte así en una ofensa, una vergüenza, un insulto a los que sufren los embates de la permanente crisis. Las protestas envueltas en tanto atractivo son en realidad una humillación a los más explotados. Las intervenciones presuntamente progresistas de los bien pagados actores y directores faltan al respeto de los espectadores que nos emocionamos con sus obras en la pantalla.

No se puede defender a los pobres vistiendo ostentosamente. No hay nada tan ofensivo a la pobreza como ese glamour perverso que pretende hacerse eco azucaradamente de tantas amarguras ahogadas en la rabia y las lágrimas de tantas víctimas. Esas ceremonias son el exponente de un modo de vida que genera pobreza. Qué contradicción que sea precisamente en esas ceremonias en donde se proteste por la exclusión. Tanto glamour y tanta pose suponen la banalización de la reivindicación, la trivialización de la protesta. 

Por eso yo, cinéfilo militante hasta las trancas, me atrevo a expresar mi deseo de que la gente de los Goya se abstenga de dar lecciones de nada, que no hagan protestas elegantes y fotogénicas, que no menten a los pobres, a los refugiados, a los inmigrantes y a los parados mientras estén envueltos en ropas millonarias y en ambientes superficiales… y que todo lo que nos tengan que decir lo hagan en la pantalla; es allí donde se demuestra la calidad de un artista, no en ceremonias televisivas en donde la reivindicación no deja de ser parte de un mal guion con moral burguesa. 

Yo mientras seguiré apasionándome por las obras cinematográficas y rechazando al mismo tiempo los modales de los mismos genios que las hacen.

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