VIVIR A FONDO | CICLO C – XXIX DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

10 octubre 2022

LC 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Dios calla. Calla por siglos y milenios. Pueden seguir las acusaciones y los ataques. Dios no sale de su silencio. De él sólo nos llegan las palabras de Jesús: «No temas. Sólo ten fe». Estas palabras son, muchas veces, el único apoyo del creyente, y pueden generar en él una confianza última en Dios aunque apenas veamos huellas de su sabiduría, su justicia o su bondad en el mundo.

Jesús murió experimentando el abandono de Dios pero confiando su vida al Padre. Nunca debemos olvidar sus dos gritos: «Dios mío, ¿porqué me has abandonado?» y «Padre, en tus manos dejo mi espíritu». En esta actitud de Cristo se recoge bien el núcleo de la súplica cristiana: la angustia de quien busca protección en esta vida y la fe indestructible de quien confía en la salvación última de Dios. Desde esta misma actitud, el creyente ora según la invitación de Jesús: «Sin desanimarse».

A pesar de que en ocasiones vivimos circunstancias dolorosas, desconcertantes, a la postre sabemos, sentimos… que Dios siempre es justo. Más si nuestra plegaria constante nos tiene en simptonia con Él.

¿Qué padre-madre no escucha, siente el llanto, ve la sonrisa de su hijo/hija? ¿Qué padre-madre no intenta complacer a su hijo-hija? ¿Qué padre-madre no pone límites educadores a su hijo-hija, pese a que este/a se contraríe y no entienda en aquel momento el por qué?. El padre-madre está en contacto físico, emocional con su hijo-hija.

Mucho más nuestro Padre-madre del cielo nos escucha des de nuestra oración de alabanza, petición, agradecimiento… Si queremos sentir la protección, la fuerza, el sentido del amor de Dios tenemos que darle amor y también acoger su amor hacia nosotros. “¿El hijo del hombre, cuando venga, encontrará fe en la tierra?”

Reviso mi plegaria individual, en comunidad. ¿Cómo es? ¿Cuándo rezo? ¿Cómo rezo?

Reviso el contenido de mi oración: ¿Estoy pidiendo al Padre-Madre? ¿Le hago sonrisas al Padre-Madre? ¿Le doy gracias a mi Padre-Madre del cielo?

Del Salmo 121

El Señor es quien te cuida;

el Señor es quien te protege,

quien está junto a ti para ayudarte.

El sol no te hará daño de día,

ni la luna de noche.

El Señor te protege de todo peligro;

él protege tu vida.

El Señor te protege en todos tus caminos,

ahora y siempre.

A la espera del encuentro con Dios…
Rabindranath Tagore

Sigo caminando…

«Yo buscaba a Dios toda la vida por caminos sin cuento y por mundo sin fin.

Creí verlo en las cumbres de las montañas, pero para cuando llegaba. Él y no estaba allí. Creí sentirlo en la lejanía de las estrellas, pero para cuando me acercaba, Él ya había partido.

Un día, de repente, me encontré ante un palacio resplandeciente con un gran portal sobre el que había escrito en letras de oro: «La casa de Dios». Me llené de alegría y subí sin aliento los escalones que llevaban a la entrada.

Pero cuando había levantado ya la mano para llamar a la puerta, me asaltó la duda y mi mano quedó en el aire sin llamar. Pensé; «Si esta es en verdad la casa de Dios y me encuentro con Él, se acabó todo para mí. Se acabó la alegría de la búsqueda, el motivo de caminar. Una vez que encuentre a Dios, ¿qué voy a hacer?» Y quedé paralizado sin llamar.

Alguien, desde dentro, había sentido mis pasos y se oyó una voz que preguntaba: «¿Quién está allí?» Yo eché a correr escalones abajo y me alejé de aquel lugar con mayor rapidez aún que con la que había venido. Y anoté el lugar en mi mente para no volver a acercarme a él.

Sigo caminando, sigo soñando, sigo buscando. No quiero detenerme en ningún palacio por esplendoroso que sea, en ninguna imagen por bella que sea, en ningún concepto por perfecto que sea. Aquél a quien anhela mi alma está por encima de todo y más allá de todo. Él es la fuerza de mi caminar, el aliento de mis pulmones, el motivo de mi existencia. Seguiré viviendo la aventura de caminar, en espera de la sorpresa eterna.»