VIVIR A FONDO | CICLO A – XXX DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

23 octubre 2023

Mt 22,34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».

Nos hallamos en un contexto de controversia. Los diversos adversarios de Jesús le proponen cuestiones para comprometerle. Ahora es el turno de un experto en la Ley del grupo de los fariseos. La cuestión que propone a Jesús es típica entre los expertos de la Ley. Se había llegado a establecer una lista de 248 mandamientos y 365 prohibiciones… Ante este cúmulo de leyes, muchos expertos hacían afirmaciones que se acercaban a la de Jesús.
La respuesta de Jesús pone en un mismo plano dos mandamientos, los dos considerados como principales, de modo que hace de ellos uno solo: amar a Dios y amar al prójimo. Los libros de la Ley y de los Profetas son el compendio escrito de la alianza de Dios con Israel. Pues bien, el que ama a Dios y ama al prójimo cumple todos los mandamientos contenidos en esta alianza: el amor es la única manera de ser fiel a la alianza, de responder al amor de Dios.

¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada o en momentos de retiro, que mi vida está movida por el amor?
Entre tantas cosas que hago, ¿lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo? ¿o lo que predomina es egoísmo y falta de amor?

Del Salmo 118

Felices los que se conducen sin tacha
y siguen la enseñanza del Señor.
Felices los que atienden a sus mandatos
y le buscan de todo corazón,
los que no hacen nada malo,
los que siguen el camino del Señor.
Tú has ordenado que tus preceptos
se cumplan estrictamente.
¡Ojalá yo me mantenga firme
en la obediencia a tus leyes!
No tendré de qué avergonzarme
cuando atienda a todos tus mandamientos.
Te alabaré con corazón sincero
cuando haya aprendido tus justos decretos.
¡Quiero cumplir tus leyes!
¡No me abandones jamás!

Señor, hoy te pido, de forma sencilla, lo más importante:
ayúdame a vivir en el amor
(a Ti, a mí, a los demás, sin separaciones).

En cierta ocasión, San Francisco de Asís invitó a un fraile joven a que le acompañara a la ciudad, para predicar. Su pusieron en camino y anduvieron por las principales calles de la ciudad. Varias personas se volvían hacia ellos para saludarles amistosamente. Devolvían el saludo con una inclinación, una sonrisa o unas palabras amables. De vez en cuando se detenían para acariciar a un niño o para hablar con alguien. Durante todo el paseo, San Francisco y el fraile mantenían entre ellos una animada conversación. Después de haber callejeado durante un buen rato, el fraile joven pareció inquieto y le preguntó a San Francisco dónde y cuándo iban a comenzar su predicación.
-Hemos estado predicando desde que atravesamos las puertas del convento -le replicó el santo-. ¿No has visto cómo la gente observaba nuestra alegría y se sentía consolada con nuestros saludos y sonrisas? ¿No han advertido lo alegres que conversábamos entre nosotros durante todo el camino? Si estos no son unos pequeños sermones, ¿qué es lo que son?