VIVIR A FONDO | CICLO A – XII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

19 junio 2023

Mt 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos»

Llegaba el momento de la primera salida apostólica. Había que llevar a todo el mundo un mensaje incómodo y hostil, porque en tantas cosas suponía contradecir a ese mundo. Jesús no ocultó la dificultad y los riesgos que habían de librar sus primeros misioneros (y los de siempre), y por eso se adelanta también a consolarles. Acaso presos de la preocupación o del pánico, el Maestro les dirige estas palabras del Evangelio de hoy.

El Evangelio de este domingo nos invita a un seguimiento del Señor sin miedos, sin complejos, con decisión. El “no tengáis miedo” que dice Jesús por tres veces, significa susurrar, decir, gritar nuestra fe, en cada gesto sencillo y cotidiano como en cada suceso extraordinario y solemne de nuestra vida.

Si realmente Dios ha pasado en nuestro camino, si nos hemos encontrado con Él, si se ha hecho acontecimiento, entonces hemos de ser testigos de lo que nos ha ocurrido, con el inmenso deseo de que también les ocurra a los demás como-cuando-donde quiera el Señor. Esto es vivir sin imposiciones intolerantes, pero con una proposición decidida, con un respeto que se hace amor, el mayor amor posible, el que deseo lo mejor para los demás: que lleguen también ellos a comprender lo mucho que valen ante Dios.

Sufro, Señor, porque tengo miedo

pero también escucho tu voz de amigo:

“No tengas miedo, no se turbe tu corazón…”

Repítemelo siempre Señor,

y en los momentos más difíciles,

Tengo miedo de no comprender a mis hermanos

y decirles las palabras que necesitan.

Tengo miedo Jesús,

enséñame a decir que sí

y a no dejarme aplastar por el miedo.

“No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.”

             (Anónimo, atribuido a Santa Teresa)