VIVIR A FONDO | CICLO A – V DOMINGO DE CUARESMA

20 marzo 2023

Jn 11,1-45

En aquel tiempo, [había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.] Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». [Los discípulos le replicaron: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver de nuevo allí?». Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su encuentro». Entonces Tomás, apodado el mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él».] Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». [Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». Apenas lo oyó se levantó y salió adonde estaba él, porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,] se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?». Le contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!». Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?». Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días». Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; y sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera». El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Continuamos con los temas bautismales que empezamos hace tres domingos (samaritana, ciego de nacimiento). Si el pasado domingo el tema central era la luz, hoy es Jesús, como resurrección y vida.

La afirmación fundamental la hace Jesús a Marta: Yo soy la resurrección y la vida. Jesús se presenta como resurrección, entendimiento como el paso de la muerte en la vida eterna, en la vida por siempre jamás y no como hará con Lázaro que lo restituirá en la vida terrena, o sea lo devolverá en la vida de antes. En cambio, Jesús habla de resurrección como un paso en la vida futura, en “la otra vida”.

La clave de este milagro, que es el último que Jesús hace antes de su Pascua, la da el mismo Jesús cuando dice que se hace para que los discípulos crean en él y la gente crea que Jesús es el Enviado del Padre (versículos 13 y 42).

Jesús interpela directamente la fe de Marta. Ella expresa su confianza Jesús, una confianza que acaba en una profesión de fe en Cristo, que expresa quién es Jesús para ella: El Mesías, el Hijo de Dios. Estando al final de la cuaresma, nos podríamos preguntar sobre nuestra fe y nuestra relación con Jesús.

¿Quién es Jesús para mí? Es realmente resurrección y vida?

María representa en cambio, la fe del pueblo de Israel. Ella está hundida bajo el peso del dolor, solo ve la muerte, la pérdida y casi se ve incapaz de dar el paso a la fe. Incluso su fe es un chico ingenua, como si la presencia de Jesús fuera una garantía para evitarnos el dolor y la muerte.

En las situaciones de dolor, no reaccionamos nosotros a menudo como ella?

Un último aspecto que podemos deducir de este texto es que el cristiano está destinado en la vida que no se acaba. Pero la vida eterna no es solo para después de la muerte. Quien cruz Jesús, no morirá nunca más, porque ya tiene aquí el germen de la vida por siempre jamás. Esto lo hace comprometer contra las situaciones de dolor y muerte.

Hasta qué punto puedo decir que mi vida es un compromiso para sembrar vida y alma, a las personas y lugares donde encuentro muerto y sepulcros cerrados?

Jesús, tú eres la resurrección y la vida

Jesús, tus grandes amigos, Lázaro, Marta y María,

siempre encontraron en tú el amigo atento y fiel,

tanto en los momentos de recreo como en la dificultad.

Ante la muerte de Lázaro, escuchaste y acoger

el sufrimiento y las quejas de su hermana Marta;

pero, sobre todo, te dejaste enternecer

por las lágrimas sinceras de María.

Con ternura, los volviste el hermano “resucitado”.

Era un preludio de tu resurrección y de la vida

que nos prometes y nos ofreces a todos en la Casa del Padre.

Ya sabes que, ante la muerte de quienes estimo,

me cuesta de creer y, a menudo, mi esperanza tambalea.

El dolor de la separación ofusca mi visión de fe

y, del fondo del coro, me sale un “¿por qué lo has permitido?”.

Que mis lágrimas sean expresión

de mi amor y de mi confianza en tú.

Que la muerte de quienes estimo

               (Extraído de Rogar con el evangelio en la vida de cada día, de Josep Codina, p. 54)

En la historia de Lázaro, la piedra que hay encima el sepulcro de Lázaro es una imagen de su carencia de relación. Quién se encuentra detrás la piedra no puede tener nunca más contacto con las personas. Y, si la relación se acaba, entonces la persona se corrompe, empieza a “empieza a hacer olor fuerte”. El amor de Jesucristo atraviesa la piedra. Es tan fuerte que la relación de amistad con Lázaro queda restablecida a través de la piedra. Atraviesa el sepulcro. Jesucristo muestra su amor llorando y conmoviéndose interiormente. Los judíos sienten su amor: “Miráis como lo quería”. Pero Jesucristo no se queda parado con el sentimiento de amor. Él ordena el siguiente: “Sacáis la losa!”. Entonces alza los ojos al cielo, a su padre, y llamamiento con toda la fuerza: “Lázaro, sal fuera!”. A través de la piedra la voz de Jesucristo no puede resonar. Pero, cuando la piedra es sacada, nos llegan las palabras de Jesucristo, aunque hayamos muerto, aunque muchas cosas ya se hayan corrompido en nosotros. La relación de amistad entre Jesucristo y Lázaro es tan fuerte que hace revivir los muertos. Es la palabra del amor la que grita los difuntos a salir del sepulcro y de todos los encubrimientos de nuestro rostro verdadero. En la historia de Lázaro, el amor de Jesucristo es el que llega hasta el coro amortiguado de Lázaro y lo resucita en una nueva vida. En la resurrección de Jesucristo el amor del padre envía el ángel a fin de que haga girar la piedra. El amor del padre llega hasta la oscuridad de la muerte, la rigidez de la muerte, la descomposición. El amor del padre despierta el hijo. Este amor también es válido para nosotros. El padre quiere enviarnos también su ángel, si nos hemos aislado en el sepulcro de nuestro miedo y nuestra rigidez. Su amor quiere hacer girar la piedra que nos encarcela en el sepulcro, y resucitarnos en una nueva vida.                                                                (Extraído de Saborear la joya de la Pascua, de Anselm Grün, p. 18)