Retrato de familia

29 diciembre 2018

Justo antes de subir al comedor, todos los participantes en el Capítulo posaron para la posteridad: el grupo era tan numeroso que costaba colocarse en los escalones de la antigua iglesia del Teologado de Martí Codolar. Fue el momento más simpático, pero durante la jornada hubo tiempo para mucho más, quizás de poco relumbrón, pero necesario para cumplir con los fines de este Capítulo.

Después de la celebración eucarística matinal presidida por Jordi Latorre, Luis Onrubia presentó el documento con las propuestas jurídicas que este Capítulo enviará a Roma para la preparación del próximo Capítulo General 28.
 
Acabada la pausa de media mañana, Juan Bosco Sancho expuso ante la asamblea el documento sobre el perfil del salesiano hoy. Tras un tiempo para su estudio, se realizó un turno de intervenciones que acabó con una primera votación de sondeo sobre el documento.
 
Después de comer, un grupo de capitulares pudo visitar el museo Don Bosco, verdadera joya de esta casa que nuestro fundador y padre visitó en 1886. Con las pilas recargadas de salesianidad, comenzó la sesión de la tarde con el estudio en el aula de la segunda redacción de las aportaciones sobre el perfil del salesiano. Y así llegó el esperado momento de la primera votación de un documento a través de los ordenadores de cada capitular; tras algún que otro sobresalto, el sistema informático funcionó y las pantallas volcaron casi al momento los resultados finales: el documento del Capítulo sobre los jóvenes quedaba aprobado por amplia mayoría.
 
La tarde continuó centrada en el estudio de una nueva redacción del documento jurídico, este fue presentado por Luis Onrubia. El Capítulo examinó con atención las propuestas jurídicas que enviará a Roma. El documento contenía referencias a las tareas del Vicario del Inspector, a la composición del Consejo Inspectorial o a la consistencia cuantitativa y cualitativa de la comunidad local, entre otros asuntos. De nuevo, un turno de palabra de los participantes, moderado en esta ocasión por José Joaquín Coma, quien no tuvo que hacer uso de su voluminosa campana de mano para señalar a los que quisieron hablar el final del tiempo concedido por el reglamento.
 

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