“Cuando el servicio civil se transforma en el abrazo de un niño”

2 diciembre 2016

Os escribo desde Monzón, en pleno invierno pero con una atmósfera calurosa y acogedora gracias a las personas que tengo alrededor. Estoy desempeñando aquí “mi” Servicio Civil desde hace poco más de dos meses, en la escuela salesiana de la población.

Servicio civil que defino como “mío”, pese a que sea un Servicio que desempeño para los demás, porque es una experiencia que ya en poco tiempo está me haciendo crecer a mí mismo en primer lugar.
 
El cariño que recibimos aquí es verdaderamente grande; la población es pequeña y por eso muchos se paran por la calle y saben quiénes somos, sobre todo durante los primeros días a menudo sucedía que éramos “vistas” como “¡las nuevas voluntarias italianas!”, con entusiasmo de parte de los más pequeños. La acogida, no se puede decir lo contrario, ha sido verdaderamente especial. Francesca, la otra voluntaria y yo, trabajamos como apoyo en la enseñanza de niños con mayores dificultades de aprendizaje o en riesgo de exclusión social por diversas razones.
 
Provienen de realidades familiares o económicas a veces muy duras y escuchar alguna de sus historias me ha puesto bastantes veces la piel de gallina, incrédula.
 
La primera vez que hablaron de ello fue duro para mí: me parece tocar con la mano problemas que seguramente se dan también en Italia y en Milán, mi ciudad, pero con los que no había entrado en contacto cercano. Cuanto más escucho situaciones de este tipo, me siento más agradecida por la vida vivida hasta ahora. En las clases en las que colaboramos, además, hay un gran número de chavalillos provenientes de familias marroquíes, argelinas, de Gambia, rumanas y gitanas, para demostrar que la emigración en Monzón es relativamente alta para ser una población pequeña. Es bonito ver clases tan variopintas, aunque a veces las diferencias culturales entre ellos mismos se hacen notar.
 
El trabajo con ellos me está gustando mucho y veo, con el pasar de las horas, de los días y de las semanas, que me dan cada vez más confianza en mí y que se está creando una relación cada vez más profunda. El estilo de Don Bosco tiene efectivamente aquí la ventaja: la creación de una relación verdadera con los estudiantes es uno de los puntos fuertes del centro. Los chicos con los que trabajamos tienen de 12 a 15 años y, “caminar” a su lado, llegar al fin del día sintiendo haber estado presente y positiva en la jornada de otra persona, te hace ir a dormir, seguramente cansada, pero con una sonrisa.  
 
A veces basta un abrazo (inesperado) en cuanto entro en la clase por parte de uno de los más pequeños, o bien escuchar decir un “gracias” cuando ayudo a alguno a entender un ejercicio o también recibir un dibujo hecho para mí por uno de ellos: gestos que me hacen comprender como estoy dejando efectivamente “una huella” (del discurso del papa Francisco). Son pequeños momentos de los que me siento orgullosa y por los que vale la pena vivir “mi” Servicio Civil.
 
Un abrazo desde Monzón a todos los actuales, anteriores y nuevos voluntarios.
 
Manuela.

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