Conociendo a Manuel Santamaría, jesuita

24 abril 2019

Jorge Juan Reyes.

Manuel Santamaría nació en Madrid,  en el año 1984. Hizo estudios de ADE, en la universidad de Comillas. Es jesuita desde el año 2011. Le gusta el deporte,  la naturaleza,  la música y sobre todo, tener buenas conversaciones en las que poder conocer qué se mueve en la vida. En estos momentos vive en Madrid, en la comunidad del Estudiantado de Teología Sagrado Corazón de Jesús. En la universidad Pontificia de Comillas, junto a otros religiosos, religiosas laicos, hace sus estudios de teología, y se prepara para su ordenación sacerdotal. Se encuentra feliz con su vocación.

VyS: Manuel, ¿quiénes son los jesuitas y qué hacen?

M: Los jesuitas son religiosos, es decir, hombres consagrados a Dios, movidos por la espiritualidad ignaciana, “son hombres que se reconocen pecadores pero llamados a ser compañeros de Jesús” (Congregación General 32), con un “testimonio de la Buena Noticia por la unión entre nosotros y con Cristo” (CG 36). Integramos la Compañía de Jesús, congregación fundada por San Ignacio de Loyola en el siglo XVI.

VyS: ¿Qué te llevó a ser jesuita? ¿Cómo descubriste tu vocación?

M: Influyó que desde el colegio estuve en grupos de fe de los jesuitas. En ellos crecí humana y espiritualmente. Pero fue principalmente, la experiencia del amor de Dios, en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Es un medio excepcional para encontrarte con Dios, en la contemplación de la vida de Cristo y meditando tu propio compromiso con un Dios que se da a sí mismo, en Jesús, y en todas las cosas.

Con todo ello, al sentir la centralidad de Dios en mi vida, la Compañía de Jesús parecía el medio para comprometerme con Él.

VyS: ¿Qué hay que hacer para llegar a ser jesuita?

M: Ni más ni menos que tener esa vocación. Sentir que la voluntad de Dios para ti es esa llamada a ser compañero de Jesús, con otros, con tus fallos, yendo a más por compromiso a vivir y testimoniar la Buena noticia de un Jesús que nos acompaña desde el misterio de la encarnación – resurrección.

VyS: ¿Qué papel ha jugado tu familia en tu vocación?

M: Mucho. Desde el ejemplo de mis hermanos mayores participando activamente en retiros, voluntariados y comunidades de fe, hasta mis padres y abuelos queriendo ser unos cristianos coherentes en el día a día.

VyS: ¿Qué ha aportado a tu persona tu opción vocacional?

M: Me ha hecho intentar cambiar y crecer, yendo más allá, con el ejemplo de Jesús y de personas que lo reflejan, aprendiendo de los fallos, y con grandes lecciones que me han dado los pequeños del mundo.

Me ha permitido conocer a muchísimas personas que, ya sean religiosas o laicas, intentan hacer este mundo mejor. Me ha dado la oportunidad de acompañar el crecimiento de personas que van buscando los ecos de Dios en su vida.

VyS: ¿Qué dificultades te has encontrado en tu camino vocacional y cómo las has superado?

M: En general las dificultades surgen cuando la realidad te come. Pueden ser de dos maneras:

  • Por ser una situación a la que no estás preparado y entonces el miedo, junto a una torpe gestión, te descoloca.
  • Pero, la más confusa, es cuando has olvidado la clave de discernimiento “que Dios sea tu Principio y Fundamento, y lo demás tenga una relevancia relativa, tanto cuanto te dirija o te aleje de Dios”.

Se supera, parando un momento, contigo mismo y con el Señor, volviendo a colocar cada cosa en su sitio relativo (respecto a Dios) y buscando cómo reaccionar con tu capacidad, pero desde quién es Dios para ti

VyS: ¿Qué es lo que más admiras de San Ignacio de Loyola?

M: Haber entrelazado el encuentro con Dios con el autoconocimiento, para comprometerte en la misión del Evangelio. Que supo intuir que Dios le hablaba en su interior, en sus “mociones” para comunicarle su voluntad, pero que tenía que discernirla, para no confundirla con el mal espíritu que quiere liarnos sutilmente, hasta con cosas aparentemente buenas.

VyS: A un chico o chica que estuviera pensando su vocación, ¿qué le dirías?

M: Lo mismo que decía Benedicto XVI para un cristiano, yo lo aplicaría a la vocación: «No se comienza a ser cristiano (consagrado) por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1).

Que tenga momentos (en el día a día, y con unos Ejercicios Espirituales) para encontrarse con Dios. No es cuestión de “qué quiero”, o de “qué miedos tengo”, o de “qué es mejor”, sino de ponerte delante de Dios, sintiéndote querido incondicionalmente. Sabiendo que no se es mejor por ser religioso o con pareja, o en otra organización, sino que pueda escucharse verdaderamente cómo responde a la petición “Señor, que yo sea lo que en el fondo de mi ser siento que tú me llamas a ser”.

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