Conociendo a Gabriela, Religiosa de la Pureza de María

29 enero 2021

Por Jorge Juan Reyes, sdb.

El origen de su vocación surge a través de una experiencia de voluntariado que estaba realizando, junto a un sacerdote y otros voluntarios, en la selva mexicana. Allí, en medio de los indígenas y de la pobreza, descubrió el rostro de Jesucristo y la llamada a seguirlo. El 24 de mayo de 2019 realizaba su profesión como Religiosa de la Pureza de María, diciendo sí a la propuesta de Dios. 

La hermana Gabriela Ochoa nació en 1990, en Cumaná, Venezuela. Tiene 29 años y es licenciada en Educación, con mención en inglés. También es la cuarta de seis hermanos. Sus padres son profesores universitarios. Le gusta leer, correr, hacer senderismo y bordar. En estos momentos vive en Madrid, junto a otras religiosas, realizando los estudios de teología en Comillas. 

VyS: Hermana, ¿quiénes son las Religiosas de la Pureza de María?

G: Somos las hijas de un carisma que nació hace unos 150 años. En aquel momento el Espíritu quiso mover a una madre a hacerse cargo de un colegio en ruinas, para hacer de este una casa abierta, para responder a la necesidad de una sociedad que había dejado de lado la formación de las niñas. Alberta era maestra, tenía un corazón inquieto que arropaba a cuantos entraban en contacto con ella y un deseo profundísimo de cumplir en todo la voluntad de Dios. Hoy esta llamada se actualiza en nosotras, el espíritu sigue necesitando de seguidoras de Jesús que se hagan maestras y madres.

VyS: Además de estudiar, ¿qué otras cosas haces en estos momentos? 

G: Tengo un par de clases en el colegio, soy catequista de primera comunión y colaboro con lo que  haga falta. Al vivir en un colegio, siempre hay actividades y cosas que hacer. Mi primera misión ahora es formarme y mucho de esto viene de estudiar, pero otro poco será resultado del contacto que tenga en el colegio con los niños, con los profesores, con el personal, no paramos de aprender y crecer. Mi casa tiene la suerte de estar llena de muchas personas y todas tenemos algo que brindar. 

VyS: Tuviste una experiencia de conversión, ¿cómo ocurrió?, ¿por qué decidiste ser religiosa?, ¿qué ha aportado a tu vida el ser religiosa?

G: Empezó cuando conocí una realidad completamente opuesta a la mía, allí cambiaron mis prioridades, mi forma de ver y proceder. Me empecé a encontrar sedienta de algo más. Fui dando pasos en dirección a una fuente que calmase mi sed y terminé por entender que solo encontraba descanso cuando estaba próxima a Él. Empecé a caminar bajo la idea de que Él vivía en mí, y yo podía vivir en su amor.  

Me ha aportado todo. Una adición muy tangible son mis hermanas, en ellas me encuentro amada, cuidada, sostenida, en ellas le puedo amar.  Es raro de explicar; antes de ser religiosa ya era feliz, ya pertenecía a una familia, amigos, una vida estable, estaba bastante complacida. Tal vez me ha aportado solo un cambio de mirada, o tal vez puedo vivir ese “Yo hago nuevas todas las cosas”. 

VyS: ¿Qué crees que puede aportar a nuestra sociedad la vida consagrada?

G: Preguntas. Podría decir que puede aportar muchas cosas; esperanza, cercanía, ternura, algún tipo de respuesta… y de hecho también aportamos eso. Pero creo que lo que con más facilidad podemos aportar son preguntas, me gusta pensar que por el mismo hecho de vernos, de conocer nuestras vidas, se despierte alguna interrogante. Creo que esto basta, una interrogante que inquiete el corazón será suficiente para emprender el camino, para despertar la búsqueda de sentido, no hace falta más. Abrirnos a las posibilidades es abrirnos a Dios. 

VyS: Hay jóvenes que sienten que Dios los está llamando, pero tienen miedo a responder, ¿qué le dirías a estos jóvenes?

G: El miedo es una cosa muy útil, nos mantiene atentos, despiertos, la cuestión está en no dejar que este miedo nos gobierne. Para mí la clave fue el darme cuenta que no todo es tan repentino como aparenta, me parecía que esta opción de vida era similar a un salto al vacío, el hecho es que el Señor no me ha pedido nunca nada más que un paso a la vez.  

Hemos escuchado muchas veces eso de que el Señor nos quiere valientes. Ser valientes también es dejarse acompañar, compartir la vida, confrontar.  Recordar constantemente que, mientras nosotros estamos comenzando a aprender como amarle, Él ya esta irremediablemente enamorado de nosotros.   

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