Los orígenes de la Casa Salesiana de la Trinidad

30 mayo 2022

Aunque en febrero de 1882 el cardenal fray Joaquín Lluch, arzobispo de Sevilla,  tomó posesión del antiguo Convento Trinitario Calzado no fue hasta julio de 1892 cuando los salesianos tomaron posesión del mismo abriendo su oratorio festivo. Definitivamente  instalaron su comunidad y sus escuelas profesionales el 4 de enero de 1893, siendo cardenal de Sevilla don Benito Sanz y Forés.

Francisco Atzeni y el joven clérigo, cuarto sucesor de Don Bosco, Pedro Ricaldone, entre otros, desde la primera casa salesiana de España, la Casa Madre de Utrera, decidieron abrir las puertas de la primera casa salesiana de la capital hispalense. 

 

Era el 24 de julio de 1892, bajo un calor asfixiante y en una zona donde los muchachos campaban a sus anchas organizados en bandas que sembraban el terror entre propios y extraños. Nació entonces el Oratorio Festivo de la Trinidad, con la presencia de Matías Buil y los jóvenes salesianos Juan Domínguez y Pedro Ricaldone visto en la época como la fiel imagen de Don Bosco en Sevilla. Éste dejó por escrito que al principio, «sólo uno de aquellos jóvenes alborotadores y vivarachos mozuelos, se vino tras mi llamada», pero al cabo de la media hora de abrir las puertas por primera vez y gracias a las medallitas brillantes de María Auxiliadora, hizo tornar la desconfianza y el miedo en alegría, juegos y educación. En media hora ya eran 37 y al finalizar el año, más de un centenar.

La infanta María Luisa Fernanda de Borbón, entre otras personalidades de la época, veían necesario «acercar las Escuelas Profesionales que la joven congregación de los Salesianos de Don Bosco (SDB) ya habían desarrollado en Italia, Francia o Argentina». La propia infanta, adecentó, limpió y preparó el antiguo convento de la Trinidad «para que los salesianos por fin se instalaran en la ciudad. La duquesa de Montpensier habló entonces con el arzobispo de Sevilla, Sanz y Forés, para que aceptara un trueque que a la postre sería clave para el desarrollo social de la zona: la misma cedía su Palacio de San Telmo para que el seminario que se encontraba en el convento quedara expedito para los salesianos, en una especie de trueque que desde Palacio no vieron con malos ojos.

La zona de la Trinidad, Ronda Histórica y Puerta del Sol tenía una población muy pobre, con tasas de analfabetismo muy elevadas y con una infancia y juventud desatendidas; y “en el caso concreto de los jóvenes, agrupados en bandas organizadas, que día sí y día también, rompían las farolas de gas de las calles, o se enzarzaban en peleas y altercados con bandas de otros barrios como la Macarena o Puerta Osario”. Terminaron firmando un «armisticio» entre bandas callejeras en una oración poniendo a los pies de un cuadro de María Auxiliadora, navajas, palos, hondas y demás armas con las que sembraban el terror en la zona». Es lo que se hizo llamar la «Pira de los Honderos». La Infanta María Luisa, principal benefactora de estos primeros meses como presencia salesiana, e impresionada por el cambio de actitud de los jóvenes ya trabajados por Pedro Ricaldone, no tardó en enviarles muebles y ropa de primera necesidad. Dicho vínculo jamás se perderá.

Pedro Ricaldone fue quizás, la figura más importante de estos primeros pasos. Don Pedro, como era conocido en la ciudad, fue un enamorado de la persona de Don Bosco y de su forma de actuar. Se afirma de él que era una persona muy creativa, organizada de mente, con iniciativa, con gran sentido del humor. No se achicaba ante las adversidades económicas, se enamoró de Sevilla muy rápido y dejó una huella imborrable. Posteriormente, la primera imprenta de los talleres de los Salesianos de la Santísima Trinidad, publicó la historia de las Santas Justa y Rufina, pues bajo la actual basílica se encuentran las Sagradas Cárceles donde estuvieron encerradas. Y, hermosa y sincera, la amistad íntima y el cariño mutuo que le tenía el fundador de El Correo de Andalucía, el Beato Marcelo Spínola, benefactor, cooperador salesiano y enamorado de la obra de Don Bosco.

 

Era el 24 de julio de 1892, bajo un calor asfixiante y en una zona donde los muchachos campaban a sus anchas organizados en bandas que sembraban el terror entre propios y extraños. Nació entonces el Oratorio Festivo de la Trinidad, con la presencia de Matías Buil y los jóvenes salesianos Juan Domínguez y Pedro Ricaldone visto en la época como la fiel imagen de Don Bosco en Sevilla. Éste dejó por escrito que al principio, «sólo uno de aquellos jóvenes alborotadores y vivarachos mozuelos, se vino tras mi llamada», pero al cabo de la media hora de abrir las puertas por primera vez y gracias a las medallitas brillantes de María Auxiliadora, hizo tornar la desconfianza y el miedo en alegría, juegos y educación. En media hora ya eran 37 y al finalizar el año, más de un centenar.

Aquella historia comienza a forjar también la devoción a una de las tallas más veneradas en la ciudad, la de María Auxiliadora llegada en mayo de 1895 de la Casa de Sarriá. La misma misión salesiana, que tiende la necesidad de atender el tiempo libre, pero que observa que hay una necesidad de formación humana, cristiana, técnica y profesional para forjar el futuro de jóvenes que se encontraban en absoluta pobreza, hace que el pueblo vea en su título de Auxiliadora, una utopía hecha realidad. El concepto de Auxilio está visible, palpable en lo material, en lo humano y en lo laboral. La gente ve hechos y talleres: oratorio, carpintería, sastrería, zapatería, cerrajería, tipografía, encuadernación, tres bandas de música (internos, albañiles y externos), clases nocturnas de alfabetización para obreros…

Era el 24 de julio de 1892, bajo un calor asfixiante y en una zona donde los muchachos campaban a sus anchas organizados en bandas que sembraban el terror entre propios y extraños. Nació entonces el Oratorio Festivo de la Trinidad, con la presencia de Matías Buil y los jóvenes salesianos Juan Domínguez y Pedro Ricaldone visto en la época como la fiel imagen de Don Bosco en Sevilla. Éste dejó por escrito que al principio, «sólo uno de aquellos jóvenes alborotadores y vivarachos mozuelos, se vino tras mi llamada», pero al cabo de la media hora de abrir las puertas por primera vez y gracias a las medallitas brillantes de María Auxiliadora, hizo tornar la desconfianza y el miedo en alegría, juegos y educación. En media hora ya eran 37 y al finalizar el año, más de un centenar.

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