Chiti, la “mami” de muchos africanos en Las Palmas

3 enero 2017

Hay miradas que matan… y hay miradas que dan la vida. La de Chiti es una de estas. He de reconocer que en tres años no le he visto un mal gesto, una mala cara, un tono de voz disonante del resto. Su rostro siempre lo preside una sonrisa que permanece indeleble en ella, junto a una mirada clara que transparenta un alma grande. Un alma más grande incluso que el océano que rodea estas islas; un alma que no cabe en un cuerpo menudo y encorvado por el lastre de los años y por el amor de una madre que ha tenido que cargar con más peso del que cualquier otro podría sobrellevar; un alma que no se quiere encorsetar en tan menudo y desgastado físico, y por eso se desborda en amor a todos los que llaman a la puerta de su casa.

Metáforas que se transforman en realidad. En efecto, se pueden contar por cientos los subsaharianos y magrebíes que han llamado a la puerta de la casa que Chiti tiene en Ciudad Jardín, en pleno centro de Las Palmas de Gran Canaria, muy cerca del colegio salesiano de la capital isleña. Sabían –y es que el boca a boca es más poderoso de lo que parece– que en aquella mujer iban a encontrar a la “mami” que muchos de ellos habían tenido que dejar atrás, al cuidado de sus hermanos más pequeños, en el continente.

Y por cientos se pueden contar los migrantes que, gracias a ella, empezaron a acudir al colegio salesiano a recibir clases de español en una historia que comenzó hace ya nueve largos años…

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«Desde chiquita yo tenía inquietud por las misiones», empieza a contar Chiti sin perder ese brillito en los ojos que habla por sí solo, y con el pausado y rítmico runrún de fondo del respirador que permite a “su tesoro” seguir viviendo casi veinte años después de un trágico accidente.
 

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