VIVIR A FONDO | CICLO B – XI DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

7 junio 2021

MC 4,26-34

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: «El reino de dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Con la persona de Jesús se pone de manifiesto cómo Dios actúa en nosotros y en el mundo. Jesús, como hace el sembrador, echa la semilla en la tierra, esparce por todas partes su palabra y llena de emoción a la gente con sus signos: los gestos de bondad sobre todo hacia los pobres. Y no se cansa de hacerlo: el evangelio lo presenta como un hombre activo rodeado de gente, interesado por su vida, siempre interpelador.

A pesar de que cuesta ver los cambios, entender el crecimiento, valorar las cosas pequeñas… él es un hombre que enseña a vivir en la esperanza, a entender que no todo depende de nuestras fuerzas, sino que hay un crecimiento sin intervención humana, pero que hay que esperarlo con paciencia activa.

En la primera parábola Jesús quiere mostrar el contraste entre la espera paciente, día y noche, un día y otro, del campesino y el crecimiento inesperado e irresistible de la semilla. Un crecimiento que supera todas las expectativas. Mientras el sembrador duerme, la semilla, por la fuerza que tiene en su interior, va creciendo “ella sola”, sin que el campesino “sepa cómo”.

¿De qué me está hablando el evangelio? ¿De eficacia por el esfuerzo humano o más bien de fecundidad gratuita? Tal como pasa con la semilla sembrada, así es el crecimiento en tantas realidades humanas y mundanas. Tendríamos que ser más perspicaces parar darnos cuenta de realidades que crecen desproporcionadamente respecto a nuestro esfuerzo, que son muy fecundas, a pesar de que nos parecen poco eficaces. Hay realidades que nos parece que no evolucionan, que están estancadas, “enterradas” en la tierra, que nos hacen venir ganas de abandonar, de no insistir, de dedicarnos a una cosa que sea más productiva. Nos cansamos de esperar, nos cansamos de regar un palo seco, nos cansamos de las pequeñeces…, queremos números, resultados, cantidades que justifiquen nuestro trabajo.

Pues bien, Jesús nos pide tener una actitud contemplativa, no menospreciar las cosas pequeñas, confiar en la fuerza interior que Dios ha puesto en nosotros, en las personas, en las realidades humanas.

¡Dejémonos sorprender por la novedad que cada día nos ofrece la vida!

 

Salmo 91 en forma de Oración

Gracias Señor porque en tu palabra me aseguras que quién habita a tu abrigo será acogido en tu sombra.

Hoy te digo Señor: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío.»

Sólo tú puedes librarme de las trampas del cazador y de las mortíferas plagas, pues me cubrirás con tus plumas y bajo tus alas hallaré refugio. ¡Tu verdad será mi escudo y mi baluarte!
No temeré el terror de la noche, ni la flecha que vuele de día, ni la peste que acecha en las sombras ni la plaga que destruye a mediodía.

Podrán caer mil a mi izquierda, y diez mil a mi derecha, pero a mí no me afectará.
No tendré más que abrir bien los ojos, para ver a los incrédulos recibir su merecido.

Te he puesto a ti Señor como mi refugio, a ti mi Dios como mi protección, ningún mal habrá de sobrevenirme, ninguna calamidad llegará a mi hogar.
Porque tú ordenarás que sus ángeles me cuiden en todos mis caminos.
Con sus propias manos me levantarán para que no tropezar con piedra alguna.
Aplastaré al león y a la víbora; ¡hollaré fieras y serpientes!

«Tú Señor me librarás, porque me has unido a ti; Me protegerás, porque he reconocido tu nombre.
Te invocaré Señor, y me responderás; Tú el eterno estarás conmigo en momentos de angustia y me has prometido que me librarás y me llenarás de honores.
Me colmarás con muchos años de vida y me hará gozar de mi salvación.»

Lo creo con todo mi corazón: Amén.

Como el grano de mostaza

Un buen día un joven se presenta en el despacho para apuntarse a un curso. Hago la acogida. Durante 20 minutos escucho su vida: miserias y alegrías, dificultades y avances. Material suficiente para hacer un libro. Le informo. Se va, diciéndome que se lo pensará.

Unos días después me llama. Su voz tiembla un poco cuando acepta la plaza. En la segunda acogida percibo su ilusión. Yo estoy contenta, pero no me manifiesto (¿por qué no manifiesto mi alegría?).

Y comienza el curso. Un joven más procedente… ¿del fracaso?, ¿de un proceso migratorio?, ¿de la calle?, ¿de la soledad de su casa?; ¡de todo a la vez! Un joven más con nosotros. Y sonrío. Y mi corazón comienza nuevamente a trabajar por aquel joven. Sí, sí, con el corazón y con la cabeza poniendo a su alcance: los recursos, el equipo, los compañeros, el temario, las herramientas… Pero noto que ha comenzado también en mí una nueva aventura: ser y estar al lado de este joven.

Y así van pasando horas, días, semanas compartidas. Y el joven se va abriendo. Las distancias se acortan. ¿Tengo que mantener la distancia a que el cargo me obliga o en un momento distendido, en una ocasión puntual… puedo ser yo misma? El corazón me dice que me tendría que mostrar más como soy yo.

En el compartir, casi tocando, es como yo me doy cuenta del grano de mostaza que este joven ha sembrado en mi interior. Sí, ¡es él quien ha sembrado! ¿Por qué tenemos que ser siempre nosotros los sembradores? Este joven -como tantos otros- ha encendido una chispa dentro de mí, que me motiva para trabajar con una mejor calidad, con más cuidado y con más amor. Ya no quiero renunciar a sentir lo que cada joven me aporta; no quiero renunciar a dejarme afectar por este nuevo aliento que tantos jóvenes depositan en mí… Aliento que significa vida, renovación, trabajo, mejora…

Gracias, joven… Gracias por enseñarme a fijarme en el día a día… y en todo lo que tantos jóvenes han depositado en mi interior.

Laura Font, educadora de la PES de Mataró

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