VIVIR A FONDO | CICLO A – XXIV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

11 septiembre 2023

Mt 18,21-35

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mando que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Igual que Pedro, seguramente nos cansamos de aguantar, perdonar, olvidar… Quizás alguna vez hemos expresado: “¡Todo tiene un límite!”

La cifra siete, que propone Pedro, era simbólica. Para un judío de entonces, era una cifra sagrada, que simboliza la perfección. Pero Jesús rompe esta perfección, y la lleva a su máximo: el perdón, el amor… debe ser absolutamente ilimitado

Jesús, una vez más, nos hace comprender que el corazón humano jamás dejará de crear motivos para perdonar y ser perdonado, y que, sólo si nuestro corazón se sabe perdonado, tiene la capacidad de soportar la ofensa, pues el perdón se hace realidad mediante una decisión que se envía desde el corazón.

El perdón es una categoría fundamental y radical en el Evangelio y es propuesto por Jesús, para la comunidad, como un elemento constitutivo de la calidad en las relaciones. Cuando se perdona se corren riesgos. Perdonando el pasado doloroso se construye un futuro esperanzador. Se trata de una actitud positiva, optimista. El mal no tiene la última palabra, la persona puede cambiar. Nos podemos plantear hoy estos interrogantes que pueden complementar el de Pedro:

¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Qué tengo que perdonar? ¿Cuántas veces me perdonan? ¿Qué me perdonan? ¿Quién me perdona? ¿No tengo que actuar como Dios y perdonar de corazón a mi hermano?

Dios Padre: Tú nos regalas el perdón.
No nos pides negociarlo contigo,
no nos pides sanear una deuda impagable.
Nos perdonas de todo corazón,
nos ofreces una vida nueva, sin tener que pagar intereses.
Perdonas siempre.
Setenta veces siete sales al camino
para abrazarnos en nuestro retorno,
sin apagar la sonrisa ni negarnos la palabra.
Pero a nosotros nos cuesta aprender tu lección.
Por eso hoy te pedimos, Padre,
que nos ayudes a crecer en nuestra capacidad de perdón:
que aprendamos a perdonar de corazón,
igual que lo haces Tú.
Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo,
maestro del perdón sin condiciones.
Amén.
El día que decidió marchar de casa, ni siquiera dijo adiós a los suyos. Dejó atrás la familia y todos los recuerdos que formaban parte de su vida. Quería ser libre. Un año después vio que había perdido el tiempo, la salud y el dinero. Iba caminando perdido por las calles solitarias de una gran ciudad, y no dejaba de pensar en los suyos. A veces le venía la idea de volver a casa, pero la descartaba: no sabía si sería bien recibido, después de tanto de tiempo de haber marchado. Pero un día va se decidió a escribir una carta a los de su casa. En ella les pedía perdón y les decía que se moría de ganas de volver a casa, pero que no se atrevía a pedirlo, porque no sabía cómo lo recibirían. Al final de la carta les decía que si ellos (sus padres y hermanos) estaban dispuestos a acogerlo, que pusieran un pañuelo blanco colgado del árbol que había junto a la casa, al lado de la vía del tren. Si veía el pañuelo, bajaría en la estación y volvería a casa. Pero si el pañuelo no estaba, aceptaría la decisión de la familia y continuaría su viaje. Durante el viaje en tren a su ciudad, estuvo todo el rato pensando en el árbol. Unas veces se lo imaginaba con un pequeño pañuelo blanco colgado; y otras veces también lo imaginaba con las ramas vacías, sin ninguna señal de su familia. Cuando el tren pasó veloz junto a su casa, miró el viejo árbol… y no pudo reprimir un gesto de alegría: no había sólo un pañuelo blanco atado a una rama; todo el árbol estaba lleno de pañuelos, grandes, pequeños, blancos, de colores… Como si hubiera florecido el perdón, un perdón total, que olvida todo, y que da la oportunidad de volver a empezar…

¿Sabremos nosotros dar otra oportunidad a aquellos que creemos que no se han portado bien con nosotros?