VIVIR A FONDO | CICLO A – XXIII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

4 septiembre 2023

Mt 18,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Os digo, además, que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

La palabra hoy nos habla de aquel pecado que aleja al hermano de la comunidad y de la praxis que debe tener la comunidad eclesial con aquéllos que, en su seno, no caminan en comunión con ella, pecan públicamente y se niegan en escuchar la corrección de los hermanos en la fe.

Las palabras de este evangelio pretenden orientar, por lo tanto, nuestro comportamiento con aquéllos que, diciéndose «hermanos» (dos veces aparece esta expresión en el v. 15), viven voluntariamente alejados de la comunidad y de Cristo.

En este caso, la práctica de la Iglesia no debe ser la de juzgar, ni la de condenar. Las palabras de Jesús, a Mt 7,7, orientan la actitud y el comportamiento de los creyentes hacia la compasión y la comprensión: «No juzgáis, porque no seáis juzgados».

Por ello, la Iglesia (tanto la Iglesia jerárquica como las pequeñas comunidades eclesiales) no está llamada a ser juez de nadie, pues uno sólo es el Legislador y Juez (cf. Santo 4,12), sino a ser luz de la vida para sus miembros y para las personas que quieran acercarse a Dios.

No abandones nunca el amor y la verdad;

llévalos contigo como un collar.

Grábatelos en la mente,

y tendrás el favor y el aprecio

de Dios y de los hombres.

                      (Pr 3, 3-4)

EL TIGRE Y EL LOBO

Veamos ahora un cuento hindú que nos muestra cómo la vida nos ofrece a menudo valiosas lecciones gratuitas, aunque frecuentemente las interpretamos erróneamente como en el caso del protagonista de la historia.

Un sabio dijo un día a su discípulo que fuera a un claro de un bosque, y que contemplara la escena que allí ocurriría para luego obrar en consecuencia con la enseñanza recibida.

El discípulo así lo hizo, y cuando llegó al claro vio a un lobo tumbado con las patas rotas que, a pesar de su incapacidad, mostraba un aspecto saludable. Al rato contempló la solución al enigma: un gran tigre traía entre sus fauces una pieza de caza que devoró en parte para luego dejar una buena porción de carne sobrante delante del lobo lisiado para que este comiera.

El discípulo quedó maravillado de cómo la Divina Providencia actuaba para que aquel animal inútil se alimentase. De este modo, decidió dedicarse a la contemplación, y pensó que si la Divina Providencia proveía así a una bestia, también le ayudaría a él.

Meses más tarde, el sabio acudió a visitar al discípulo, al cual halló en estado de inanición.

-Tonto -le dijo-, resulta que has tomado ejemplo del lobo y resulta que yo te envié a que aprendieras del tigre, que no solo encuentra sustento para él sino también para un necesitado.