VIVIR A FONDO | CICLO A – III DOMINGO DE CUARESMA

6 marzo 2023

Jn 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: « ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: « ¿Qué le preguntas o de qué le hablas?». La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?». Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come». Él les dijo: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis». Los discípulos comentaban entre ellos: « ¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos». En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedaran con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».

En el personaje de la samaritana se resume el proceso de todo creyente, con el cual nos podemos sentir identificados. Un proceso que viene totalmente marcado por el encuentro personal con Jesús que se hace presente en nuestra vida y nos acompaña en todo momento.

El momento inicial es el de marcar distancias con Jesús (¿cómo tú me pides agua a mí?) como el que no quiere saber nada de él, que no quiere complicarse la vida; para pasar a un segundo momento  de incredulidad ante lo que nos dice (¿de dónde sacarás el agua?), reflejo de nuestra incredulidad ante la propuesta de Jesús que parece una utopía irrealizable. Poco a poco Jesús se va haciendo un lugar en el corazón de la samaritana y ésta descubre que Jesús le puede saciar sus necesidades más profundas (dame de esa agua). Pero aquí no se acaba todo, poco a poco la samaritana se dará cuenta que sólo él es quien puede llenar de sentido su vida, cosa que estaba buscando de muchas maneras y que no había encontrado (había tenido cinco “maridos”). Hasta llegar a poner en el centro de la propia vida a Jesús (Soy yo, que estoy hablando contigo). Esto la llevará a ser portadora de la Buena Noticia a sus hermanos (¿no será este el Mesías?).

Repasa el proceso que has seguido en tu vida de creyente. Da gracias por todo lo que has recibido y has podido dar. Pídele a Jesús que te dé el agua viva que te hará persona nueva.

Del Salmo 94

Venid, cantemos al Señor con alegría;

cantemos a nuestro protector y salvador.

Entremos a su presencia con gratitud

y cantemos himnos en su honor.

Él es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo,

ovejas de sus prados.

¡Escuchad hoy lo que él os dice!

Por Ti, oh Cristo,

aceptar perderlo todo para conseguirte

– a ti que nos has cautivado –

es abandonarnos al Dios vivo

y orar contigo.

“Padre, no lo que yo quiero,

sino lo que tú quieres.”

 

Perderlo todo para vivir de ti, Cristo,

es arriesgarse a una opción:

renunciar a sí mismo

para no seguir más dos caminos a la vez.

 

Decir no a lo que frena nuestra marcha tras de ti

y sí a lo que nos empuja hacia ti

y, por ti, hacia aquellos que nos confías.

Para quien escoge el absoluto de tu llamada,

no hay término medio.

 

Seguirte, ser mujeres y hombres de comunión,

es ir aproximándose

invisiblemente al martirio,

llevar en su cuerpo la agonía de Jesús

para ser signos

de la luz de Dios.                          

                                      (Fr. Roger de Taizé)