VIVIR A FONDO | CICLO A – CORPUS CHRISTI

4 junio 2023

Jn 6, 51-58

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente».

Antes de ponerse a trabajar este fragmento de hoy puede ir bien releer el capítulo 6 desde el principio. El discurso que Juan nos transmite, no es ninguna institución de la Eucaristía que Jesús hubiera hecho, aunque, eso sí, usa un vocabulario sacramental.

 

No debemos olvidar que en la redacción de los evangelios, a la narración que llega a cada comunidad de los hechos y las palabras de Jesús, se mezcla la experiencia que está viviendo la propia comunidad cristiana, la que celebra la Eucaristía cada Domingo.

Lo que sí aporta este texto es el fruto que da la Eucaristía, porque es el mismo que da la fe. Es decir, la Eucaristía es la expresión privilegiada de la fe, entendida como acogida de Jesús, la Palabra encarnada, la adhesión a él. Y el fruto de la fe -y, por tanto, de la Eucaristía- es la vida nueva del discípulo, unido a Jesucristo.

El/la cristiano/a no puede prescindir de la Eucaristía, siempre que la haya descubierto como esta expresión de la fe y la viva impregnada de la misma fe, que no es un conjunto de creencias sino, repetimos, la unión -o comunión- con Jesucristo, «enviado del Padre que vive» o «pan que ha bajado del cielo». La Eucaristía vivida así cambia la vida, da una vida nueva, una vida de discípulo -vale la pena recordar que Jn, en la última cena, no narra la institución de la Eucaristía sino el lavatorio de los pies (Jn 13, 1ss)- y da una «vida para siempre»: «yo lo resucitaré el último día».

En estos versículos de hoy abunda la expresión «carne». «Carne» es la misma palabra que en el capítulo 1 de Juan se suele traducir por hombre (Jn 1,14). No debe entenderse, pues, como la sustancia del organismo humano. Su significado apunta a la naturaleza humana, a la humanidad. Aquí, puesta en labios de Jesús, es para afirmar su condición humana, limitada y mortal. «Carne» es una palabra que nos habla de encarnación: la persona del Hijo de Dios se ha hecho hombre y, «dándose», nos ha dado «vida». Lo mismo debemos decir de la palabra «sangre»: significa, también, el hombre entero en su condición natural, terrenal. También significa la vida misma, de la que sólo Dios puede disponer.

«Su carne para comer»: el término «carne» ha sustituido el término «pan». El pan era metáfora del don de Dios que da vida. En relación con ello, «comer» significa acoger plenamente el don de Dios, vivir de la Palabra, vivir del Dios que se da él mismo -muerte en la cruz- para que tengamos vida. Lo mismo podemos decir de «beber». Se trata de la adhesión de fe al Hijo de Dios que da su propia vida.

Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.

No debemos olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de algo que no sea de nuestro propio interés.

Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso tenemos que cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.

Me planteo como acojo Jesús y qué papel tiene la Eucaristía en este acogimiento

Me fijo especialmente en la comunidad cristiana que vive en medio del mundo:

 

¿qué frutos da la Eucaristía en la vida de la de nuestra comunidad (parroquia, grupo…)?

Los olvidados

Señor, enséñanos a

no amarnos sólo a nosotros mismos

o a las personas que nos aman.

Enséñanos a pensar en todos los demás

y a amar sobre todo los que nadie ama.

Señor, haznos sufrir por el sufrimiento de los demás.

Haznos ser conscientes de que en todo momento,

mientras nosotros vivimos una vida confortable

acompañados por amigos y protegidos por Vos,

hay millones de seres humanos,

hijos tuyos y hermanos nuestros,

que mueren de hambre y sed,

abandonados, ignorados y despreciados,

sin haberlo merecido.

 

Señor, ten piedad y misericordia

de todos los pobres y débiles del mundo.

Ten compasión de los niños y los enfermos,

a los que tantas veces los hicisteis sonrisa

cuando estabas en esta tierra,

y perdónanos por haberlos abandonado tan a menudo.

 

Señor, no permitas nunca más

que vivamos felices solos y aislados.

Haznos sentir angustia

de la miseria universal

y líbranos de nosotros mismos.

 

                                   Raoul Follereau

Nuestro mundo está lleno de violencia.
El héroe es el más fuerte, el más violento, el ganador.
No hay que explicar nada, por desgracia…
La cena de Pascua nos propone un héroe muy diferente.
En vez de hacer violencia, la recibe y la soporta, sin escapar.
A punto de ser abandonado por los amigos y de ser agredido por los enemigos, él se ofrece a todos.
Dice: Esto es mi cuerpo. Aquí estoy. ¡Soy yo!
Lo hace para que podamos entender que la vida de verdad
comienza cuando acogemos un don que se nos ofrece.

Cuando hay violencia, agresión, no hay palabra.
Sólo hay gritos, ruidos, explosiones, lamentos…
Cuando hablamos, nos hacemos humanos (aunque también hay palabras que mienten).
Alrededor de la mesa de Pascua, los amigos de Jesús sienten una palabra:
Esto es mi cuerpo. Os lo doy. ¡Soy yo mismo!
y comprenden que es una palabra creadora, capaz de crear comunión.
Todo el mundo que acoge esta palabra se encuentra reunido en una comunidad.

En un mundo agresivo, competitivo, no puede existir el perdón.
Los errores se pagan caros, con la derrota y la exclusión.
Alrededor de la mesa de Pascua, los amigos sienten una palabra desconcertante:
Mi sangre derramada por el perdón de todos.
¡Dar la vida para reconciliar a todos los enfrentados! ¿Quién lo puede creer?
Sólo el espíritu de Dios, fuente de vida nueva, es capaz de hacernos entenderlo.

¿En un mundo tan violento, quién puede ser libre?
Muchos piensan que, para sentirse libre, lo mejor es no tener ataduras con nadie.
Pero eso te condena a ser solitario, a luchar con todos para salvar la libertad.
Alrededor de la mesa de Pascua,
Jesús, consciente de lo que se le viene encima, asume su destino y lo convierte en un don:
Es mi cuerpo, es mi sangre. Soy yo. ¡Aquí estoy!
Así, deja de ser solitario para ser solidario.
¡Qué paso tan grande! Es el paso de Pascua.
Después pregunta a sus amigos y amigas: ¿Me quieres seguir? ¿Quieres dar un paso adelante?

                                    Texto para que los grandes, poco a poco, cuando lo tengamos bien digerido,

                                                                        lo podamos explicar a las nuevas generaciones que suben.

                                                                                                   Inspirado en un escrito de Marie Balmary.