“En esta Pascua quiero compartir con vosotros la alegría por la reciente declaración de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, en la que anuncia que Oscar Romero, el mártir arzobispo de San Salvador, El Salvador, será solemnemente beatificado el 23 de mayo. Hace apenas unos días, el 24 de marzo, conmemoramos su martirio en 1980, cuando fue asesinado mientras celebraba misa. Esta Semana Santa es una ocasión ideal para reflexionar sobre el legado que nos dejó a los comunicadores cristianos.
Aunque no se piensa a menudo en Monseñor Romero como comunicador, él es un ejemplo para los comunicadores cristianos, no tanto por su trabajo en la prensa y la radio en etapas tempranas de su ministerio, como por las vibrantes homilías que pronunciaba en la Catedral y que se transmitían por radio a todo el país. En ellas clamaba incesantemente en defensa de los pobres y los oprimidos, víctimas de la violencia fratricida que destrozaba a la nación. Ya hacía tiempo que había abrazado fervientemente la opción preferencial por los pobres, a la que sus hermanos en el episcopado latinoamericano llamarían en Puebla en 1979. Escuchaba primero al pueblo, y ofrecía entonces su voz a los que no la tenían.
Se impuso a su natural timidez y carácter reservado cuando su misión pastoral requirió que defendiera con firmeza la justicia. Sus diarios revelan hasta qué punto su voluntad de servir a Dios y su experiencia de la Gracia lograron vencer sus limitaciones personales hasta transformarlo en el pastor valeroso y resuelto que su Iglesia necesitaba.
A los comunicadores cristianos se les reclama a menudo que sean “proféticos”. Lamentablemente, esto se afirma muchas veces partiendo de un concepto reduccionista que ve al profeta ante todo como quien denuncia. En la tradición judeocristiana –y también en el Islam– los verdaderos profetas no tienen un mensaje propio, sino que hablan de parte de Dios. Anuncian, denuncian y enseñan nutriéndose siempre de su propia experiencia de Dios, dando testimonio de esa experiencia e invitando a otros a compartirla. El mensaje de Romero era el Evangelio de Jesucristo, y sus denuncias, aunque vigorosas y llenas de autoridad, eran al mismo tiempo portadoras de esperanza. Las hacía precisamente durante la celebración del Banquete de la reconciliación, al que todos están invitados.
Preparaba sus mensajes con un profundo sentido de comunión con sus sacerdotes y fieles, cuyas preocupaciones y sufrimientos procuraba expresar, y rezaba por ellas, siempre fiel a su lema episcopal Sentire cum Ecclesia (“pensar y sentir con la Iglesia”). Tenía la clara certeza de que no estaba solo.
Quienes pretendieron silenciarlo solo lograron que su voz se escuchara con más fuerza y poder de convicción. Como el buen pastor de la parábola dio su vida por sus ovejas y, al hacerlo, se convirtió en una inspiración para la causa de la justicia, una inspiración que se necesita con urgencia también hoy, cuando tantos sufren terribles injusticias y violencias.
Algunos colegas han propuesto que Monseñor Oscar Romero sea declarado patrono de SIGNIS y copatrono de los comunicadores católicos. Personalmente me gusta mucho la idea, y estoy convencido de que la Pascua, cuando celebramos el triunfo de la vida abundante y eterna que Jesús vino a traernos y que Monseñor Romero quería para todos, es el mejor tiempo posible para que reflexionemos sobre ello.
En nombre de mis vicepresidentes Frank Frost y Lawrence John Sinniah, y el mío propio, quiero desearles a todos una muy feliz y santa Pascua.
Gustavo Andújar
Presidente de SIGNIS
31 de marzo de 2015.”