VIVIR A FONDO | CICLO C – II DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

10 enero 2022

Jn 2,1-12 

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora ». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora ». Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

Los novios están sin vino, una situación apurada. María pide que su hijo haga algo para salir de la situación. No sé si María esperaba que su hijo hiciera un milagro o quedó sorprendida, como los servidores, por lo que sucedió. La cuestión es que la confianza total de María en Jesús, que podía ayudar a aquellos novios, provocó el milagro.

Y este tipo de milagros suceden a menudo cuando ponemos en una persona toda nuestra confianza. Saber que confían en ti, saber que los demás te ven capaz de cambiar las cosas… es como un catalizador que hace que salgan de nosotros mismos fuerzas insospechadas, voluntad, ingenio y toda nuestra bondad y buena voluntad.

Aprendamos a hacer como María: confiar incondicionalmente con los que tenemos al lado.

“Confía de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia. Ten presente al Señor en todo lo que hagas y él te llevará por el camino recto.                                                                                                                                                                                                                                      (Pr 3, 5-6)

Mi oración, Dios mío, es ésta:

Hiere, hiere la raíz de la miseria en mi corazón.

Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares.

Dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles.

Dame fuerza para no renegar nunca del pobre,

ni doblar mi rodilla al poder del insolente.

Dame fuerza para levantar mi pensamiento

sobre la pequeñez cotidiana.

Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza,

enamorada, a tu voluntad.

                                        Tagore, R. (a,48)